miércoles, 1 de junio de 2011

¿Quién dijo?


Claro, ¿quién dijo que el blanco, impoluto, frio, acuático, confidente, contenedor y circular inodoro es funcional a nuestras necesidades solamente estando sentados en su tabla circular? Hay varios ejemplos que prueban lo contrario, a saber:
De hecho los hombres hacemos uso de este sanitario de parados y en postura de cowboys en duelo, que con hábil manejo y cierta displicencia dirigimos el vector al blanco. Unos, los más indiferentes, apuntan al centro del manantial generando un efecto de fontana y aquellos que quieren guardar la micción en cierta intimidad, utilizan el impacto tangencial sobre los bordes para silenciar el acto.
Cuando la retención ha sido importante es inevitable el chucho de frío que inaugura la liberación del esfínter urético, pero es en el final donde hasta al mejor, se le presentan imprecisiones y salpicaduras. Ya lo documentó la sabiduría popular en las puertas de los baños: “lo dijo Sócrates y lo afirmó Platón, la última gota siempre queda en el pantalón”. Y si para colmo uno fue demasiado confiado y no subió la tabla del inodoro, el desastre queda registrado y el ojo avizor femenino dará cuenta de nuestra falta con sanciones inimaginables.
Dejemos en claro una cosa, la precisión del chorro no tiene nada que ver con
el tamaño del grifo sino con la antigüedad. Hasta los 30 años los chorros son potentes y precisos, hasta los 50 aceptables y después aconsejamos a los amigos a resignarse y sentarse para orinar. A partir de esa edad el chorro es débil, entrecortado y de poco caudal. No es nada raro, levantarnos a mitad de la noche medios dormidos y advertir, cuando ya es tarde, que están surgiendo dos chorros que como el sapito del auto, uno se dirige a la izquierda y el otro a la derecha. En ese estado de semiinconsciencia cualquier solución es peor que el problema. Las torpes manipulaciones nos transforman en el bombero loco y todo se complica.
No quedan más que dos soluciones en ese momento: o limpiar todo y arriesgarnos a despertarnos y que nos invada el insomnio o echarle la culpa a los chicos, y ya sabemos que ásperas nos deja las manos la lavandina.

Pero bueno, existen otras variantes? Claro que sí.
Charlando con un amigo que hace poco se operó de la próstata, me comentó que durante un tiempo tuvo puesta una sonda con su correspondiente bolsa sujeta a la pierna y me describió como era su acto para el N°1. Este se acercaba displicentemente al inodoro, levantaba la tabla y cancherito apoyaba su pie derecho en el borde como quien va a atarse los cordones, se va a levantar el soquete caído o simplemente le va a sacer brillo a los tamangos. Mientras tanto con la mano izquierda sacaba una manguerita del interior de la botamanga, la dejaba reposar hacia el interior del inodoro y desagotaba la bolsa mientras se silbaba un tanguito acodado en su propia pierna y con asombro descubría la cantidad de champús de su mujer.
Por mi parte yo no me quedé atrás y le conté mi propia experiencia con el N°2 en una situación mucho más recoleta donde mi bolsa de ostomía me obligaba a arrodillarme delante del inodoro. Se me viene a la mente la imagen de Colón Descubriendo América o al príncipe valiente al ser ordenado caballero. El caso es que yo estaba con una rodilla en tierra ante esa pila blanca que como el monumento de un dios pagano esperaba mi ofrenda, mientras reflexionaba sobre dos cosas. Que suerte que este dios es retrucho y se conforma con tan poco. La próxima vez me traigo un almohadoncito. Amén.